Echa tus ansiedades


La Biblia nos invita a echar toda nuestra ansiedad sobre Dios, porque él tiene cuidado de nosotros (1Pedro 5:7). Sin embargo, a veces no es fácil echarlas. Parecen tener las características de un bumerang. Las echamos y regresan inmediatamente. Se pegan a nuestros pensamientos y sensaciones como un chicle a la suela del zapato.
¿Entonces? ¿Cómo podemos librarnos de nuestras ansiedades?
Justamente esta mañana me atormentaron inquietudes referentes a unas tareas que me encargaron. No me veía capaz de realizarlas satisfactoriamente. Me sentía mal, inseguro y que me exigían demasiado. Mis pensamientos rodeaban este problema. Le conté mis penas a Dios, pero mi lamentación no me tranquilizó. La preocupación siguió inquietando mi corazón y me sentía bloqueado. Ni siquiera podía pensar con claridad.
Luego tomé mi guitarra y canté unos himnos que hablaban del poder, la misericordia y la fidelidad de Dios. Esto cambió mi punto de vista. Ya no veía tanto el problema, sino las características buenas de mi Padre Celestial. Me puse de rodillas y me recordé a mí mismo y a Dios lo que él ya había hecho en mi vida y de sus promesas maravillosas.
Me fijé en que „Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Números 23:19). Dios nos encarga, pero también nos ayuda. Mira por ejemplo en Mateo 28:19-20 cómo el Señor Jesús envolvió la misión en dos promesas grandísimas: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” Estas no son palabras vacías, porque son del Dios altísimo y vivo.
Después de este breve tiempo de alabanza mi corazón se llenó de paz. Todavía tenía que resolver la tarea e igual que antes no me sentía capaz. Sin embargo, estaba tranquilo porque ya no me fijaba ni en la situación ni en mí sino en Dios, mi fiel Padre Celestial que me ama y me provee.
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1Pedro 5:6-7)